NOTA PREVIA: Si no entiende usted un pepino respecto a qué va ésto del Baúl, ni del entorno de aDitoday, ver documento Breve introducción a los “Eventos”, y a la evolución de “Las Criaturas del Baúl”, http://elbauldebandolera.blogspot.com/2011/08/introduccion-los-eventos-y-la-evolucion.html, o en su defecto el texto del primer personaje, “Joselito, el Niño de la Guasa, o la Fuerza de la Necesidad”.
En todo caso, conviene recordar que ninguna en de estas criaturas se busca “per se” un valor literario en especial. Se trata de otra cosa.... De algo para ser, sencillamente, vivido.
Es la primera vez que me siento tan tristemente identificada con una de las criaturas del Baúl… Y probablemente, la ocasión en que más me desnudo en una introducción.
Yo las comprendo, las entiendo y las quiero a todas.
Pero no puedo negar que, en esta ocasión, las “circunstancias” que
rodean a Roque, lo que le ocurre, parece una réplica de lo que yo misma
estoy viviendo, por no decir soportando patéticamente cada mañana, desde
hace ya demasiado tiempo, entendiendo demasiado tiempo por lo que
parece ser “higiénicamente” razonable.
Lo cierto es que el resto de esperpentos se preocupan
bastante por él (o por el buen rollo del Baúl, que no es lo mismo),
intentan que encuentre valor y energía, le hablan, le ofrecen galletas,
le obligan a moverse. De hecho, nuestro mosquetero D'Artagnan le machaca con clases de esgrima diarias con el fin de que nadie sea una rémora en el Baúl -su personal castillo-, y la viuda de Anselmo le llama “gallina” cada bendito día, en parte porque es una Cruella de Vil per se y
aprovecha la circunstancia para desahogar el látigo de su propia
insatisfacción con el que cree es la víctima más débil, en parte porque
no soporta compadecerse de la desgracia ajena, pues ello trastocaría la
consecución de sus objetivos.
Pero el tema es que ninguno de ellos, el auténtico
hábitat de nuestro protagonista, se ha planteado ni un solo instante
algo que me temo resulta crucial para él: una nueva vida para Roque. O
lo que es lo mismo en realidad, dejar que Roque recupere su esencia. Tan
solo Johnny “el hippie” le deja en paz, y el Padre Benito le mira con piedad, y reflexiona. Pero ambos deben vivir su propia historia.
Por suerte, Don Diego, “El Zorro”,
empieza a escuchar con interés los problemas íntimos de Roque. Por
aquello de que su doble personalidad desarrolla necesariamente una
empatía hacia lo irregular.
Porque ese “Yo soy yo, y mis circunstancias” del gran
Ortega y Gasset funciona de manera óptima para determinados caracteres
muy arraigados en este lado del espejo (aunque sean esperpentos, como
todos). Pero para quienes lo traspasan por naturaleza, sin quererlo, y
se encuentran misteriosamente en “el otro lado”, aquel en que las
circunstancias pueden ser cualquiera de “los mundos posibles”, y son lo
que son sencillamente por caprichos de azar, el miedo y el terror no es
solamente una cuestión mental. Es una cuestión íntimamente celular.
Dar por hecho que tener valor es superar los miedos
sin cambiar de coyuntura vital es una buena frase, pero quizás
peligrosamente ingenua, pues no tengo claro que quien la proclame sea
consciente del terror escénico que puede albergar un alma. Un cerebro.
Unas células. Terror ante eventualidades permanentes que no quiere como
suyas, y a las que repudiaría al menos en parte. Consciente de su
mortalidad.
Y la pena es que lo “accidental” en todo ello, lo
contingente de la situación, es la propia circunstancia, no el ser. Con
lo cual, el ser podría evolucionar cambiando el “estar”. No tengo claro
que a Roque le haga falta una terapia conductista. Quizás a Roque
solamente le haga falta despegarse de las pegatinas con que la
circunstancia le ha etiquetado, y renacer con un nuevo reto personal.
Pero como “el espejo” son los otros, o los otros lo
respetan y no le dan excesiva caña, o Roque jamás superará el vacío y el
miedo visceral en los que ha caído…
Y Roque, desde luego, no quiere morir víctima de la casualidad.
En fin, os pido perdón por esta introducción que me
resulta un tanto tétrica, o al menos excesivamente seria, pero o escribo
lo que me dicta la mano, y mi mano es sierva del corazón, o no escribo.
Es lo que hay.
Así que, damas y caballeros, les presento a mi
querido Roque, al auténtico, al que conocen más por el hacer que por el
ser, que viene aquí a contarnos su “contingente” historia entre líneas.
Tranquilos todos, es más divertido que la autora.
¡Adelante, Roque!
¡Empieza la música!
¡Arriba telón!
DISFRAZ: Mallas, camiseta, arnés, zapatos para escalada (pie de gato), mochila, mosquetones, cuerdas, anillas, casco, una petaca de orujo.
COMPLEMENTOS: Pollo cantador, el cactus de Alenvedi.
TEMA MUSICAL Y VIDEO: http://youtu.be/UlcQ3mxlNfs
TEXTO BASE DE ROQUE:
(Entra acalorado y jadeante, con cara de susto y el gesto congestionado)
¡¡Uff!! Hola, colegas. Acojonadito vengo, pero de verdad y cosa fina... Vamos, replanteándome aquí mi vida entera....
(Deja en el suelo de golpe la mochila, las cuerdas, los mosquetones, el cactus, y todo lo que lleva encima, menos el arnés colgando con el pollo cantador y la petaca).
Y eso que llevo unos cuantos años practicando la escalada profesional con total entrega, arrojo y valentía (Le da un trago a la petaca de orujo). Claro,
que resultaba imprescindible: todos mis hermanos eran bomberos, y
necesitaba un oficio de valor a toda costa. Sabía que mi madre esperaba,
como mínimo, que saliera en el récord Guinness, para no ser menos en el honor de la familia.
(Dulce sonrisa)
Es que mi padre era domador de fieras en su propio
circo, nada que ver con los bomberos, pero todo un personaje que se hizo
a sí mismo.
Así que desde que descubrí en los cómics las aventuras de Spiderman (más
de aire que de fuego, desde luego), un menda empezó a escalar
insistente cada puñetero fin de semana, y desde entonces me he chupado,
por lo menos, trescientas paredes, ciento cincuenta cuevas, quinientos
picos, diez mil kilómetros de caminata, y unas cuantas diarreas
añadidas.
(Levanta el dedo con resolución)
Y lo que es más importante: he abierto nada menos que diez nuevas vías de
escalada: La Roqueta, El Roquetón, La Roquetina, El Roquetino, La
Roquetísima, El Roquetísimo, El Roque me toca, El Roque no toques, el
Tócame Roque, y El Roque Superior. Vamos, que uno tiene un prestigio
ganado en el mundillo a pulso… Nunca mejor dicho.
(Mira hacia arriba, como hablando consigo mismo)
No es que yo esperara que los “espónsores” se me rifaran a la primera de cambio, pero si he de ser sincero, ya tengo un cierto “caché” bien adquirido. No estaré en la cima, pero llevaba buena subida, segura y constante...
(Mira de nuevo al público, mano en el pecho, cara de susto)
¡Pero hoy ha sido un hito extraño, algo distinto! Hoy he sentido... ¡¡El horror!!
(Se tranquiliza de nuevo un momento, pequeño trago a la petaca)
Estaba anunciando un caldo de gallina envasado, con
eso de: “Con esta gran sopa, la fiel gallinita, cloqueando pita, y el
valor se topa”, con un servidor mostrando al final el tetra brick desde la cumbre del “Tócame Roque”, rodeado de majestuosas nubes (Señala con fervor al cielo, abriendo los brazos), y con la gallina, que estaba ya amaestrada para trabajar en las alturas, colgada del mosquetón (Muestra el pollo cantador que lleva colgando, y lo hace gemir lentamente).
Al principio, todo perfecto. Me agarro bien el mosquetón, la gallina y el caldo, me coloco los artilugios, iniciamos la escalada, y prácticamente no tengo que clavar ni un pitón: ya estaba la vía bien trabajada, por supuesto. La dejé perfecta, no hay roca que se le resista a Roque.
(Con aplomo y pasión)
Con paso firme, tranquilo y con la cuerda bien asegurada, me agarraba a las fisuras limpiamente, y mis fibrados músculos emulaban la gloria de mi héroe juvenil Spiderman, ejecutando impecables bavaresas.Hasta pude apalancarme un par de veces por aquello de hacer tiempo, a descansar con la gallina en postura de reunión... Y tomarme un caldo.
(Levanta los brazos)
¡Y ahí se jorobó la cosa!
Yo no sé si fue el caldo, pero me entró un apretón repentino fabuloso, justo en el inicio del desplome. (Va recreando las explicaciones con posturas, como si se encontrara en situación). Estaba en ese preciso instante realizando un brillante paso de cigüeña, oséase, enganchado con un solo pie, y noté que me quedaba blanco y rígido. Ni hacia delante, ni hacia detrás podía, y la gallina, que debió intuir la situación, se puso histérica, de modo que “Cloqueando pitaba, pero desde luego, con el valor no se topaba”.
Es decir, que no solamente empecé a sentir lo que se llama terror escénico ahí colgado en las alturas (Vuelve a levantar los brazos), sino que el ave gallinácea no paraba de berrear y picotearme el trasero impenitentemente.
(Con cara de pena)
Qué os voy a decir.... Yo veía perfectamente la presa, oséase, el agarradero, e intentaba pensar, calibrando si necesitaba engancharme en bidedo o en monodedo, pero
que si quieres arroz, Catalina. Allí estaba yo, quieto del todo, y más
tieso que la pata de un banco, a pesar de los insistentes y molestos
picoteos, intentando resistir el apretón.
En esos amargos momentos, algo en mi mente se iluminó, y lo comprendí todo (Abre los brazos, como si tuviera una revelación): me había dado lo que se llama el bloqueo, y mal asunto fue el comprenderlo.... Porque entonces me dió la moto. Es decir, el baile de san vito en la pierna. Entre los picoteos y el telele de mi pierna, apenas sujetada en paso de cigüeña y ayudada con un precario monodedo en la izquierda, que conseguí gracias a un cactus milagroso (Señala el famoso cactus) la cosa estaba clara: o me bajaban de ahí con la gallina, o yo ni trepaba ni destrepaba.
Al ser consciente de tamaña situación, me fundí con
la gallina, y sin saber cómo ni cuándo empecé a berrear, a gritar y a
cacarear, de tal modo que ella ponía el agudo y yo el grave en una
letanía de socorros infinitos.... Fue casi místico, el miedo en estado
puro.
Hasta el apretón se me asemejaba a las ganas de poner un huevo (Ladea la cabeza, incrédulo).
En ese instante, el equipo de rodaje empezó a ponerse
nervioso... Evidentemente, no podía acercarse el helicóptero que
portaba al cámara, porque entonces un servidor hubiera volado más que la
gallina, por poco que vuele el gallináceo.
Me gritaban: “El estriboooo, el estribooooo”,
oséase, la escalerita de apoyo, pero aunque mi cabeza pensaba, ni me
podía mover, ni podía mirar para abajo, ni podía arrearle un sopapo a la
gallina. Estático como un muerto...
Y al final pasó lo que tenía que pasar.... (Casi se pone a llorar).
¡A mí, al gran Roque, me mandaron al cuerpo de bomberos para rescatar
el mío, no de un accidente, sino de un apretón con telele!
Si es que encima tuvieron que arrancarme de la roca
casi con palanqueta, de lo agarrotado que me había quedado... No
solamente me suplicaban que dejara el monodedo con el cactus y les diera la mano, sino que tuvieron que bajarme con cuerda y en postura de paso de cigüeña, porque no había quien me moviera.
Una vez en tierra firme, querían que ingiriera un
caldo caliente para relajar mis músculos, y puedo asegurar que la boca
no consiguieron abrírmela. Sólo me faltaba otra dosis de caldo
asesino... Hablar, todavía no hablaba, pero sí podía gruñir.
Menos mal que llevaba la petaca contra el frío (Muestra la petaca al público), y solamente un par de tragos me devolvieron la movilidad muscular.
En conclusión, una tragedia. Pues ahora que sé lo que
es paralizarse de miedo, ni me veo volviendo a subir con la gallina, ni
me fío de la vía del “Tócame Roque”, ni quiero
comprometerme con publicidades que pueden grabar el fiasco, ni puedo
imaginarme en una situación igual. No podría soportarlo...
(Levantando los brazo al cielo)
¿Pero qué hago, qué puedo hacer yo ahora? ¿Quién seré a partir de este momento??? ¿De qué servirán mis habilidades montañeras?
Mi madre, mis hermanos, mi novia, los “espónsores”....
Es más, si no lo intento de nuevo, sé lo que me van a
llamar: Roque, “el gallina”. Da lo mismo el historial de mis proezas
anteriores, lo sé. Debo continuar, aunque fallezca directamente en el
intento.
Todo sea que consiga volver a poner el pie en la roca (Pequeño trago a la petaca).
Todo sea que alguien me ayude.
Todo sea que encuentre a un buen compañero de ruta que no me grite en el intento...
(Con resolución)
De momento, me llevo conmigo el cactus y la gallina. Ellos saben, sin duda alguna, lo que ha pasado. Son testigos del evento.
Lo lamento, amigos... ¡¡Me voy!!
(Coge todos los artilugios del suelo, y se marcha agobiado, pero con prisa)
Originalmente publicado en: www.adi-today.es/columnas/1451-la-escalada-de-roque-o-la-necesidad-del-impulso-hacia-atras
Como siempre, su introducción es una maravilla. El teatrillo también, por supuesto, pero como siempre anda usted diciendo que si queremos, podemos saltanos el comienzo... Qué no sé por qué lo pone, es como decirnos que lleguemos tarde y nos saltemos el prólogo de una ópera.
ResponderEliminarVaya, parece que tampoco acaban de funcionar los comentarios aquí!! Como le decía, querido Janial, y tal como le he dicho por otro lado: "Merci... A mí también me gusta el fenómeno del Baúl "al otro lado del espejo", pero puede resultar la lectura larga para alguien... Aunque en realidad, tienes razón. ¡Qué puñetas!! Para algo se escribieron!"
ResponderEliminarUna historia que te engancha y con moraleja, me gusta incluso la introducción
ResponderEliminarUn saludo.
Francisco, Tot Dental
Por cierto (Siempre se me olvida el "contestar" y pongo otro comentario nuevo...), No te encuentro por facebook.
EliminarGracias, Francisco Sánchez!! Un placer, espero haberte divertido.
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